La Asociación Entrelibros tenía la voluntad, como saben, de presentar en la prisión un espectáculo de danza, música y lectura. Era el segundo de los proyectos que, en colaboración con el Conservatorio Profesional de Danza ‘Reina Sofía’ y el Real Conservatorio Superior de Música ‘Victoria Eugenia’, habíamos ideado para el FEX del Festival Internacional de Música y Danza de Granada (el primero, lo recordarán, lo llevamos a cabo la semana pasada en la planta séptima del Hospital Materno Infantil de nuestra ciudad). Y así lo hicimos. En esta ocasión, también el espacio era realmente inédito y acaso insólito. No faltarán quienes duden del sentido de realizar en el salón de actos de un centro penitenciario un espectáculo que aune danza contemporánea, textos literarios y música. Con nuestra iniciativa queríamos demostrar sin embargo que contra las opiniones más escépticas, y aun en las condiciones más precarias, es posible ofrecer y hacer atrayente el lenguaje artístico más complejo.Y la palabra que al término del acto más se escuchó fue, en efecto, ‘agradecimiento’.
Los espectadores agradecían sobre todo la deferencia, la consideración de haber pensado en ellos como destinatarios de un espectáculo de esas características, la generosidad de haber preparado un trabajo que solo ellos verían. Nadia, Karen, Valeria, Lourdes y Ángela que bailaron; Alex, que tocó la flauta y el saxo; Susana, Mireia, Manuel, Andrea y Stefania, que leyeron, y Carina, que preparó las coreografías, mostraban a su vez gratitud por el respeto, el silencio y la atención que les habían dispensado.
Porque, en efecto, el silencio, que suele utilizarse como medida de interés y valor, fue rotundo y sincero. El amor en sus distintas manifestaciones fue el eje vertebrador del espectáculo ofrecido, He escrito tu nombre en el viento. Casi dos centenares de personas escucharon sin rechistar el mito de Orfeo y Eurídice, el cuento Juul, de Gregie de Maeyer y Koen Vanmechelen, el poema ‘Te quiero’, de Luis Cernuda, un fragmento de La balada del café triste, de Carson McCullers, y el poema ‘Al cabo’, de Amalia Bautista, mientras Alex improvisaba con todo su corazón solos de saxo y flauta, y las bailarinas se movían, se miraban, se abrazaban, se desplomaban en el escenario.
Los aplausos, las lágrimas, las palabras finales de gratitud demostraban que si se habla con sinceridad y respeto, si quienes lo hacen poseen credibilidad y cordialidad, si el lenguaje posee belleza y emoción, cualquier diálogo es posible. No importa dónde, no importa entre quién.