He participado activamente con Entrelibros fundamentalmente en el contexto del Centro Penitenciario de Albolote-Granada. Allí, como sabéis, “facilitamos” dos clubes de lectura, con hombres y mujeres, con los que compartimos libros, claro está, y charlas, y risas, y sueños… y libertad: la de la mente que en los textos no sabe de condenas. A finales de agosto, sin embargo, cuando nos comenzamos a plantear las actividades del presente curso, sentí la añoranza de la lectura en voz alta con niños. Las obligaciones me impedían asistir a nuestra “Actividad Madre”, que nació, muy adecuada ella, en Maternidad. Esas tardes de los martes tienen allí su ritmo, distinto en cada espacio: en la ludoteca, en los cuartos, en oncología… sus sonidos, su rutina de alegría ilustrada en álbumes. El que lo prueba se sabe impelido a volver, porque, como decimos en la Asociación, “Maternidad tiene algo”… Creo que todo lo que hacemos tiene ese “algo”, pues no he podido renunciar a la Prisión, precisamente porque allí también “algo” le da sentido a una actividad que sé que nos da a todos tanto: leer en voz alta. Y lo que conlleva: como dije antes, charlas, risas, sueños. De lectores. De oyentes. De “gozadores” de historias. El caso es que pensamos en urgencias como nuevo espacio de lectura, y aquí es donde tengo la oportunidad de participar. En mi caso los jueves, con Manolo y Cristina.
El jueves pasado me lo pasé muy bien allí. Llevé el carro por bandera, repletito de libros. Este carro es mágico, atrapa las miradas de niños y mayores. Y los niños, que aún son razonables y sensatos, se levantan como un resorte a ver qué les espera en las baldas. El Señor Coc, Miguelito, Sofía la vaca que amaba la música, entre otros muchos, están preparados para dar lo mejor de sí. Este carro hace fácil y natural la actividad. No son necesarias las presentaciones, porque ¿para qué iba a llevar alguien libros a la sala de Urgencias si no es para leerlos? El trasiego es inmenso, espontáneo, imprevisible: niños que leen conmigo, con sus familias, que se leen los unos a los otros, que leen solos… y el vocerío revoltoso que se genera en la sala, la mirada divertida de los padres. ¡Eso que van malitos! Y a veces, cuando varios niños se ausentan a la vez, se hace hueco un silencio repentino, que ya hasta nos sorprende.
Es una experiencia multiforme y sin patrones. La crónica de un día da idea de cómo es la actividad, pero no puede pretender ser sino la crónica de ese día. Al siguiente… ¿quién sabe quién disfrutará del Señor Coc, de Miguelito o de Sofía?
El pasado jueves Lucía, Iris, Iván y Rita fueron los que más tiempo se quedaron. Luego, una reata de críos que iban y venían, y cuyo nombre no sé, porque no me dio lugar a preguntarlo.
Me detendré en Rita (7), una niña que venía con sus padres, con un aspecto de mendicidad evidente. Se mostró tímida y reticente al principio, pero, alejada en su asiento, participaba en la conversación. Le acerqué el libro. Se lo dejé en las manos, y entonces decidió tomar ella la iniciativa y ayudarme a leer. Me leyó aquel libro, que jugaba con palabras ilustradas (colores, partes del cuerpo, frutas), a pesar de que sus familiares no querían permitirle acercarse. Mientras ella pronunciaba “nariz” conmigo, zafándose de la oposición de los mayores, miraba las páginas maravillada. Y se tocaba la nariz. Sus padres se burlaban. No sé si de ella, del libro, de mí… El caso es que Rita les hacía un gesto desdeñoso, y seguía leyendo, jugando, sonriendo… Cuando acabó el libro, le dije que nunca nadie antes lo había leído tan bien. Ella se ruborizó, se sonrió, me sonrió… Era tan inteligente, tan distinta a su entorno natural, estaba tan en su lugar con el libro en las manos…
Al irse, me dedicó una sonrisa y un «gracias», ya dándose la vuelta, que cacé al vuelo. ¿Cómo habrá marcado esta experiencia a Rita? ¿Qué hay ahora en su mundo, ahora que sabe que es una gran lectora?
Sirva esta breve crónica como homenaje a la niña que tanto se alegró de pronunciar “rojo” antes que yo, demostrando una habilidad que superaba la mía para leer esa palabra. Rita, con sus ojos hermosos y febriles, que tan bien comprendían por qué leíamos en la sala de espera de urgencias de un hospital.
Irene