Hace unos días, en el paso de cebra situado frente a la estación de autobuses de Granada, donde es probable que duerma cada noche, me crucé con Narciso, apodado Rubio, por el color de su pelo. Tiene un peculiar sentido del humor. Cuando quiere elogiar a alguien comienza diciendo que ha hablado muy mal de él o de ella con otra persona, mientras esboza una media sonrisa contradictoria. En esa ocasión lo dijo a propósito de una entrevista que Belén, una doctoranda, le había hecho para su tesis. Me dijo que ambos habían estado hablando muy mal de mí, mientras esbozaba su característica media sonrisa. Y añadió que en la entrevista había surgido la cuestión de los talleres de Calor y Café, entre ellos ‘El refugio de las palabras’, que lleva a cabo la Asociación Entrelibros. Y Narciso se refirió a esa actividad con placer y agradecimiento, pese a que lamentaba no acudir con la frecuencia que él desearía. El mejor elogio que podía decir de ella lo expresó de una manera sencilla y admirable. Dijo: “Me gusta mucho el taller de lectura porque saca de mí el intelectual que llevo dentro”. La frase fue tan precisa y tan significativa que no necesitaba más explicaciones, aunque él se empeñó en darlas. Añadió que estaba muy contento con todos los talleres y especialmente con los de manualidades, pues él se consideraba un simple trabajador manual, que había trabajado “muy duro” a lo largo de su vida. Pero reconocía que ‘El refugio de las palabras” le ofrecía otras cosas, le hacía reconocer en sí mismo “el intelecto” que sabía que tenía, lo cual le agradaba.
Fue un elogio gratificante y esperanzador. Venía a decir que se sentía feliz leyendo textos, a menudo complejos, pensando sobre cuestiones profundas, escuchando las opiniones y las reflexiones de otros, tratando de expresar sus propios pensamientos y sus propias emociones. Es decir, haciendo lo que suele hacerse en cualquier deliberación pública, en cualquier debate filosófico, literario o científico. Acostumbrados como estamos a usar las palabras de manera natural y fluida en nuestras vidas cotidianas, corremos el riesgo de no darnos cuenta de los obstáculos que tantas personas tienen para realizar ese ejercicio “intelectual”, como lo refería Narciso. Y sus palabras demostraban cuán necesarios pueden ser esos encuentros con el lenguaje para sentirse una persona plena, reconocida e integrada, cuán importantes pueden ser para construir la propia dignidad.
Juan