¿Qué puedo decir de la experiencia? Es algo realmente nuevo, conmovedor, fascinante. Para lectores acostumbrados a hacer de su voz el instrumento principal de transmisión de la literatura resulta inquietante comprobar que en en el momento de leer apenas nadie lo está escuchando y que sus palabras y sus emociones pasan por las manos de Beke. No por eso es menos intensa la lectura. Al contrario. Uno lee con la misma actitud de respeto y confianza hacia… (¿qué término emplear?, ¿estaría permitido decir el ‘oyente’ o debería decir ‘observador’ o ‘espectador’?, ¿hay una palabra precisa para esa persona que mira unas manos como si las escuchara?) las personas que participan en ese ritual literario. Nos falla el lenguaje. No tenemos vocabulario para esa otra celebración de la literatura, pues qué significa aquí leer en voz alta, qué significa escuchar, qué significa conversar.
Y sin embargo lo esencial se mantiene. Los textos llegan a los ojos de los asistentes a través del movimiento de las manos y las respuestas a esos textos se manifestan igualmente con las manos, con la misma viveza y apasionamiento que se emplean cuando se usan sonidos articulados. Ha habido momentos en que una gran algarabía (¿debería emplear esta palabra?) de manos demostraba la vehemencia del debate y que los efectos del texto habían sido considerables. Nosotros escuchamos (¿escuchamos o vemos?) sus opiniones en silencio, asombrados, dependientes de la traducción de Beke, pero eso no nos impide participar en su conversación. Nuestros sonidos y sus gestos se relacionan con total naturalidad, se reconocen en lo fundamental. Dialogamos sin problemas.
Al término de las lecturas hemos tenido la sensación de haber participado en un encuentro especial, aunque no muy diferente a otros muchos, salvo que allí habíamos hablado de la vida con otras palabras y con otros gestos. La satisfacción de Beke, Andrea, Stefania, Liliana, Susana, Manuel y mía procede de haber sabido y de haber podido hacer presente la literatura en un espacio nuevo, ante personas injustamente privadas a menudo de esa alegría.
Juan