Daño, coraje, esperanza

Ayer, en el marco de la exposición Derechos Humanos de las Mujeres, organizada por Amnistía Internacional, hicimos una lectura pública de textos literarios que tenían relación con las penosas condiciones que la exposición denuncia. La hicimos acompañadas por el Cuarteto Baobab.

Titulamos nuestra lectura «Daño, coraje, esperanza», pues nos parecía que reflejaba bien no solo el significado de los textos leídos, sino el estado de tantas mujeres en el mundo, que es una suma de esos sentimientos. El daño por tantas vejaciones e injusticias sufridas; el coraje por la fortaleza y la valentía que demuestran aun en las más duras circunstancias; la esperanza por los derechos logrados y la lúcida conciencia de los que todavía quedan por conquistar. Nos parecía que los textos debían mostrar esas situaciones de un modo transparente, haciendo que las personas que los oyeran no solo las reconocieran sino que las sintieran en sí mismas.

Pensamos que la literatura es un buen modo de hacer que el agravio o el dolor, por ejemplo, sean aceptados por quienes no los han padecido, pues activan en su cerebro las mismas emociones que si hubieran experimentado por sí mismos esos estados. Es el gran valor de las palabras, de las ficciones, del arte. Ayudan a sentir lo que otros sienten sin necesidad de una vivencia real.

Los textos de Dulce Chacón, Joyce Carol Oates, Malika Mokedden, Edwidge Danticat, Wislawa Szymborska, Arturo Abad, Jeanette Winterson, Gioconda Belli, Cristina Lacasa y Ángela Figuera, leídos ayer por Andrea, Susana, Beke, Manuel y Juan, nos ayudaron a compornar la áspera, valerosa y combativa cartografía de la situación de tantas mujeres en el mundo.

No quisimos obviar el retrato del daño, por molesto que pudiera resultar, pues nos parecía que nada mejor que aproximarse, aunque fuese levemente, al dolor ajeno para entender el sentido exacto de la exposición. No bastan en estos casos el razonamiento o la compasión intelectual, sino el acercamiento más desnudo y conmovedor posible a las víctimas.   Porque la cuestión es esta: ¿qué puede hacer el arte, la literatura, por las víctimas? Nunca, en ningún momento, será equiparable el daño real al daño representado. Pero, ¿cómo hacer visible, audible, comprensible ese daño? ¿Quién y con qué palabras o imágenes debería hacerse? ¿Es el silencio público el mejor modo de respeto? ¿Puede el arte acercar a los ciudadanos al dolor de otros y hacerlos sensibles? ¿Es legítimo que el teatro o el cine o la fotografía, que son medios de masas, muestren con sus recursos ese dolor? ¿Y la poesía? ¿Y la novela? ¿Acaso cuando la haitiana Edwidge Danticat escribe y publica el texto contra su madre por el daño recibido que ayer leímos no está elevando su voz pública para que el mundo conozca y 
entienda su situación? ¿No escriben las mujeres

contra los malos tratos o las violaciones, como ayer leímos, precisamente para que esos crímenes no queden impunes y para que la sociedad reconozca ese dolor? ¿De qué modo puede hacerse colectivo el daño individual? ¿Cómo se crea la conciencia? ¿Para qué hacer exposiciones o escribir libros o rodar documentales si no pensáramos que unas palabras o unas imágenes pueden contribuir a mitigar el daño?

El silencio conmovido que los textos leídos provocaron daba testimonio de que por unos momentos el dolor de las víctimas fue reconocido y acogido. La exposición de Amnistía Internacional invita a ese acto de hospitalidad. Al menos así lo sentimos nosotros y por eso quisimos dar palabra poética a lo que los carteles explican. Fue, a nuestro juicio, un hermoso, necesario, incómodo acto.

Juan

(Las fotografías son gentileza de Amnistía Internacional) 

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